domingo, 4 de enero de 2009

Animal citadino...


Mi viaje a Cozumel me dejó ciertas ideas respecto a lo que significa vivir en una isla y lo que implica tranformar el medio ambiente para urbanizarlo. Mi amiga Verenice vive en Cozumel desde mayo, y su novio Javier acaba de arribar a la isla para vivir con ella. Les parece bien, ella estudia en la Universidad de Quintana Roo y trabaja dando masajes relajantes. Él aún no tiene trabajo, pero espera encontrar uno muy pronto. Están felices, viviendo en aquella ciudad tan pequeña y bonita. No hay tráfico, no hay caos, ni inseguridad. Todo así, en una isla mediana, con todos los servicios necesarios, sin mayores complicaciones, con playas hermosas y lindas calles.

Sin embargo hay una cosa que me produjo cierto malestar. Estuve en la isla sólo cuatro días. Y a pesar de encontrar la belleza de habitar un lugar así de pequeño, me llené de ansiedad al darme cuenta de que en realidad estaba encerrada entre muros de agua, sin la posibilidad de viajar más de 20 kilómetros o de salir rápido de ahi en el supuesto de que llegara un huracán o un desastre natural de ese tipo.

También pensé en el problema de la basura, de la contaminación que siempre se produce, sin excepción alguna, cuando hay un nivel, al menos bajo, de urbanización. Por otro lado el abastecimiento de agua me parece primordial, y en una isla así representa un problema a largo plazo, como el hundimiento por la estracción de agua del manto freático. Por otro lado, la única actividad económica es el turismo, que la mitad del año es constante y la otra mitad es limitada.


Ciertamente, vivir en una isla en el Caribe mexicano, con una ciudad pequeña y tranquila, te produce esa sensación de paz que difícilmente puedes encontrar en otro lugar. Además, la gente es sencilla, y eso te permite interactuar de manera agradable y sin hostilidades. Tienes una sensación de relajamiento cuando caes en cuenta de que el día rinde más de lo que esperas. Para mí está bien si decido vacacionar, pero no se qué tan viable me resulte vivir ahi.

Pero vivir en la Ciudad de México nos produce ese sentimiento extraño de caos: construcción y destrucción, rehacernos a nosotros mismos dentro del medio en el que vivimos. Podemos dejar de ser quienes somos y ser simples anónimos mientras viajamos en el metro o mientras caminamos por las calles del centro o de cualquier lugar. Podemos también ser los personajes del barrio, esos que son parte de la imagen bien establecida de un lugar, los conocidos por todos.

Y si he de escoger entre vivir en una isla con esas condiciones y una ciudad como el monstruo en el que vivo, preferiría no cambiar de residencia a pesar de que los males sean mayores. Mi costumbre a la Ciudad de México, mi amor por ella, mi desenfreno al querer conocerla toda, pero de veras, toda, me hacen querer seguir habitándola, contaminándola, comiéndomela, haciéndola sufrir hasta la agonía, amándola, todo al mismo tiempo.

La pasé muy bien en Cozumel, me maravilló su mar, sus playas, su gente. Además me encantó visitar a mi amiga, a mis amigos. Nos trataron muy bien, son excelentes anfitriones. Pero definitivamente extrañé mi casa, el smog, el tráfico, la magnitud de mi lugar... Y no lo puedo negar, soy un animal citadino: una mujer de la ciudad.

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